dimarts, 2 de desembre del 2014

"Del sueño, de la nieve", de Jüri Talvet

"Del sueño, de la nieve, de Jüri Talvet"
Traducción del estonio por Albert Lázaro-Tinaut



Europa es una vocación. Ha sido un escenario de masacres, un campo de batalla en donde contendían dinastías de caprichosos emperadores, ha sido un lugar lleno de música celestial, ha sido un lugar donde han sido ensayados varios sistemas racionales de organizar el mundo, y recientemente un microuniverso cansado que se vaciaba progresivamente de su contenido secular. Pero, sobre todo, al fin y al cabo, Europa ha sido un modo de ver las cosas. Un modo entre melancólico y reflexivo. Y un modo, ante todo, irónico de representar las ideas y los acontecimientos.

La poesía de Jüri Talvet me ha devuelto el sentimiento del humanista enfangado en el estado actual de la cultura. La distancia, amable y analítica, que toma respecto a lo que observa me parece el mejor modo de considerarse a uno mismo un intelectual y un pensador integral. Su poesía, sin perder la dirección rupturista, nos presenta una conclusión alentadora: el mismo viajar, el mismo enternecerse con los seres cercanos (el poema “Así es como son”, dedicado a los niños, es un ejemplo máximo de ello, o todas las veces que los hijos del poeta aparecen entre sus versos como fuentes de luz), es una forma de permanecer aquí sin traicionarnos. De vez en cuando, y de forma valiente, Talvet muestra su opinión sobre el estado de la cultura:

La sonrisa de Goethe hizo bien
eligiendo para vivir un tiempo en que
en lugar de los botones el mando a distancia
de un televisor tocando la espalda oscura
de una romana podía hacer
sonar un arpa y a él mismo (p.57).

Ante la miseria brutal y sin paliativos observada en Marruecos, el poeta se pregunta: “¿de qué es simulacro esto? ¿De qué cuerpo se convierte en escritura el juego, Derrida?”. Y también: ¿Cómo distinguir, en medio de una oscuridad tan / y tan densa, un género de otro, una historia de otra, decidme, bienqueridas damas del instituto de la ginecología literaria? (p.77). Así pues, nada de veleidades postmodernas, o trans o como quieran llamarse. Talvet ha conocido la fraseología absurda del sistema soviético, ha palpado las contradicciones y la estupidez del régimen sustitutivo, y ha reaccionado (su traductor, Albert Lázaro, ya lo vio en su día) derramando su interioridad, en un intento de paliar tanta absurdidad y sin sentido que nos rodea. El resultado es una poesía que reivindica, de forma oblicua, la autenticidad de los discursos. Los efectos de la Segunda Guerra Mundial (sugeridos, por ejemplo, en los poemas “Trenes” o “Canción de Navidad”) aún palpitan en un espíritu nacido en los últimos estertores del estalinismo. De estas experiencias nacen poemas como “1953” (el año en que murió Stalin), revisiones de una trayectoria enfrentada a los estatismos en defensa de un ejercicio digno de la cultura.

Sin duda, el hombre civilizado se ha convertido en un encantador de fantasmas, en un prestigitador profesoral inocuo. Y este hecho debe relacionarse con uno de los temas más gratos de su poesía: la absurdidad del mundo académico y universitario, la vacuidad de sus congresos, sugerida de forma cervantina: amable e ingeniosa. No por casualidad nos encontramos ante el fundador del hispanismo en su país natal, Estonia, y del traductor a esta lengua báltica nada menos que del Lazarillo de Tormes, de Quevedo, Calderón, Tirso, Gracián, Aleixandre, Gómez de la Serna, Lorca, García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo  o Salvador Espriu.


He hablado del don de la observación, de la actitud reflexiva, de la perplejidad del poeta, del viaje y de la ternura. He aquí los elementos primigenios con los que Talvet construye su poesía. El antiguo esplendor de la cultura islámica, las constantes alusiones a la gran cultura alemana, el extraño comportamiento de los monarcas hispánicos, desde Felipe II al Príncipe Felipe, son algunos de los elementos culturales secundarios que sazonan la imaginería del autor. En su particular idioma literario, las imágenes y las reflexiones se combinan en bruto, de un modo parecido al propugnado por Jameson, resultando en ello poemas heterogéneos como sabias ensaladas o concienzudas sopas agradables al paladar. Talvet no busca la estridencia, sino la complicidad reflexiva.
            
No es la primera vez que Albert Lázaro entrega a la luz traducciones de este autor imprescindible: antes ya había aparecido Elegía Estonia y otros poemas (Llambert Palmart, Valencia, 2002), una edición que no tuvo mucha fortuna en cuanto a distribución, y también una pequeña selección en la revista académica puertorriqueña Cuadrivium (Núm.6, Otoño 2007 – Primavera 2008, pp.120-130). Celebramos que, al fin, los poemas de Talvet hayan encontrado un cauce merecido en España.
            
Es todo un acierto haber publicado un diálogo entre el poeta y el traductor, entre dos amigos sabios, como epílogo del libro. No hace falta que recuerde aquí la solera del diálogo como género ligado a la tradición europea que aquí me importa tanto resaltar.

Poesía para degustar en la intimidad del gabinete. Poesía editada con un gusto exquisito (todas las ediciones de Olifante son un lujo para los sentidos). Al margen del bullicio digital y de la batalla de imágenes en que se ha convertido el mundo de la cultura, vale la pena acercarse a estos versos de medida humana y degustarlos como se merecen. Quizá ya sólo seamos algunos miles o centenares los que pensamos así. Pero qué más da. A decir verdad, nunca han sido demasiados los que han reclamado la lentitud, la gimnasia de la razón, el gusto por la artesanía verbal, el placer del diálogo apasionante pero desapasionado. Ésta es la minoría que siente a Europa como una vocación, y no como un manojo de dogmas por vociferar.



Andreu Navarra
Publicada en "Periódico de Poesía", Núm.34.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada