dijous, 10 de desembre del 2015

Agustín Espinosa


Agustín Espinosa (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1897 – Los Realejos, Tenerife, 1939) es seguramente el narrador surrealista más puro de la literatura española. Tras unos primeros pinitos en forma de poesía modernista, que ya casi nadie alcanza a documentar, dirige la revista La Rosa de los vientos, y luego viaja a Madrid para doctorarse con una tesis sobre José Clavijo y Fajardo, el ilustre periodista ilustrado español que fundó de El pensador. Allí conoce a Ernesto Giménez Caballero, con quien mantendrá una amistad cercana, llegando a trabajar en la redacción de La Gaceta Literaria. En 1929, Espinosa publica Lancelot 28º-7º, una descripción en prosa de la isla de Lanzarote en clave cubista, llena de contenidos metafísicos. Teniendo en cuenta que Clavijo era de Lanzarote, no está de más señalar que los temas lanzaroteños fueron importantes en el imaginario del escritor antes de su ingreso en las filas del surrealismo.
            Durante los años treinta es uno de los protagonistas de la floración surrealista canaria. En 1930, tras un viaje a París, Espinosa se incorpora a la Gaceta de Arte, revista nacida en 1932 y dirigida por Eduardo Westerdahl, de donde procede Óscar Domínguez, el ilustrador que realizó la portada de su obra más recordada: la novela Crimen (1934). De 1933 es la conferencia Media hora jugando a los dados, a la que siguieron otras: Bajo el signo de Viera, La isla arcángel de Lope, Hablemos ahora del asno… y Sangre de España. Como presidente del Ateneo de Santa Cruz de Tenerife impulsará la famosa y trascendental visita de los surrealistas franceses a su isla, en mayo de 1935. Domingo Pérez Minik nos dejó escrita la crónica de aquella visita, en su Facción española surrealista de Tenerife (1975), donde se nos cuenta hasta qué punto los paisajes y los pequeños descubrimientos entusiasmaron a Breton: “El poeta se echaba al suelo, como si quisiera comerse algunas hierbas, veía con avidez las flores pequeñas de los bordes del camino, cuyos nombres nos preguntaba y que no sabíamos responder.”
            Agustín Espinosa era un escritor católico. ¿Cómo encajar las escenas de sexo de Crimen y su dislocado visionarismo con su ideología y su concepción religiosa de la vida? No es incompatible en un prosista de vanguardia el catolicismo y el ejercicio de la escritura automática. Es más, quizás sea la mentalidad católica el objeto idóneo de la introspección psicoanalítica, a la hora de que se produzca el proceso de liberación y de descripción y emancipación de lo reprimido que caracteriza al surrealismo. Seguramente, en el espíritu del libertino haya menos que libertad.
            La relación del surrealismo con el catolicismo fue intensa. En una carta de Luis Buñuel a Pepín Bello escrita en 1929, el aragonés le propone a su amigo varios títulos de poema: “Mulas huyendo de una hostia consagrada”, “Hostia consagrada con bigote y polla”, “Hostia consagrada saliendo por el culo de un ruiseñor y saludando” (Martínez Sarrión, 2008 : 77). Dalí escribió ese mismo año una Profanación de la hostia. En general, todos los surrealistas franceses mostraron una auténtica aversión al cristianismo, y los españoles añadieron ac este rechazo doctrinal el anticlericalismo iconoclasta y brutal tan característico de su patria. En Francia se conoce el caso del sacerdote alsaciano Ernest de Gegenbach, curiosa mezcla de libertino y místico, y militante surrealista. Este personaje mantuvo relaciones con una actriz del Odeón, por lo cual fue amonestado por su obispo, y luego intentó suicidarse. Contando todas sus zozobras escribió una carta a los redactores de Revolución Surrealista, carta en la que acusaba a la Iglesia de haberlo convertido en un rebelde y un nihilista. En 1970 publicó Judas o el vampiro surrealista, y aún viviría once años más (Martínez Sarrión, 2008 : 81).
Pero ese “cura sacrílego” no escribió una novela como Crimen. Resulta totalmente sorprendente la cantidad de sexo desatado y coprófílico que Espinosa es capaz de incorporar a su discurso. Nunca las heces y el asesinato habían merecido mayor ternura. Pero esto añade valor a los escritos de Espinosa, porque nos revelan la sinceridad de su modo de trabajar. Las tremendas y mórbidas convulsiones de Crimen, novela llena de voluptuosidad y ansias de fornicación mortuoria, nos indican que Espinosa, que era catedrático de instituto, protagonizó una auténtica labor de liberación. Veamos una muestra: “Ella se masturbaba cotidianamente sobre él, mientras besaba el retrato de un muchacho de suave bigote oscuro. / Se orinaba y se descomía sobre él. Y escupía –y hasta se vomitaba – sobre aquel débil hombre enamorado, satisfaciendo así una necesidad inencauzable y conquistando, de paso, la disciplina de una sexualidad de la que era la sola dueña y oficiante. / Ese hombre no era otro que yo mismo”. En definitiva, Espinosa podía escribir eso e irse a misa bien tranquilo, de eso no cabe la menor duda. Ahora bien, espero que el nombre fingido de su partenaire literaria, María Ana, fuera realmente fingido, para que la muchacha no tuviera luego problemas, ya que la sociedad no estaba aún preparada para digerir lo que hay en Crimen. De hecho, terminada la guerra civil, Espinosa fue depurado no por cuestiones políticas, sino por las ampollas que había levantado su novela. Por ejemplo, imposible que fuera digerida una feliz y brutal sesión de sexo combinada con la muerte provocada de la amante bajo las ruedas de un tren expreso. Frenesí por morir y asesinar, por alcanzar el orgasmo y la saciedad. Mística del suicidio, unión de la revelación con el orgasmo y la autonegación: “Me había dormido entre veinte senos, veinte bocas, veinte sexos, veinte muslos, veinte lenguas y veinte ojos de una misma mujer. Por eso fue mi despertar más angustioso y horripilante: crucificado sobre mi propia cama de matrimonio[1] puesta en posición vertical tras un gran balcón de cristales abierto a una calle desolada. Amanecía tras aquel balcón que me servía de vitrina. Estaba completamente desnudo. Sentía frío y vergüenza de que me pudieran ver desde la calle.” En definitiva, ya vemos por dónde van los tiros: Crimen podría calificarse de magistral explosión de pulsiones y miedos desatados.



[1] Espinosa se había casado en 1932.