David Aliaga
La Menorá y el compás
Masónica.es
El último
libro de David Aliaga es un ensayo muy necesario, porque vivimos en un país muy
necesitado de que se hable de religión (y de irreligión) con naturalidad. Donde
debate y diálogo se confunden con grito y conflicto, la voz moderada y tenue de
Aliaga nos trae el recuerdo de filósofos que, en un entorno mucho más hostil
que el nuestro, fueron capaces de ordenar sus párrafos mentales e intentar
transmitir una determinada manera de entender su mundo.
Tras cuarenta años de totalitarismo
religioso, los que aún somos algo jóvenes hemos ido observando hasta qué punto
la religión oficial es odiada entre la población que la padeció. No pocos
sacerdotes católicos, a partir de los años 50, sobre todo, ya se fueron dando
cuenta de lo que acabaría ocurriendo si una horrible dictadura seguía
imponiendo la religión católica en todos los ámbitos de la vida humana. Algunos
supieron reaccionar, pero tarde. ¿Qué tenemos hoy? Lo observó Sádaba en los
años 80: una sociedad banal, en la que no reina ni la espiritualidad ni
cualquier tipo de actitud reflexiva. Los españoles flotan entre una
religiosidad aberrante, no solo externa sino dotada de un materialismo grosero,
y oficialmente vinculada a posturas políticas de extrema derecha que no tienen
nada que ver con los mensajes espiritualistas ni ética de ninguna clase, y la
nada.
Lo
vemos en las aulas. No solo han caído las creencias entre los más jóvenes, sino
que, con ellas, también cualquier tipo de valor mínimamente trascendente o
cultural. Con las esperanzadoras excepciones de siempre. En mi casa, y eso que
crecí en la familia más irreligiosa que se pueda imaginar, mis padres me
enseñaron la noción de sagrado: la música era sagrada, el silencio para pensar
y leer era sagrado, los libros eran
sagrados. Ahora todo es entretenimiento: por eso parece que se asfixia la
cultura. Pero hay muchos que no se conforman con eso. Y por eso les dediqué mi
estudio histórico sobre el ateísmo español. Se lo dediqué a todos los creyentes
españoles sin Iglesia, yo que no soy creyente. Pero aunque no crea, no odio las
creencias, ni mucho menos. Los que no sufrimos ese totalitarismo podemos
desarrollar curiosidad por las filosofías trascendentes honestas, empezando por
Spinoza. Esa es la diferencia generacional que observo entre los de mi quinta y
las anteriores: nosotros tenemos la posibilidad de paladear los contenidos
literarios religiosos, estudiar las creencias y las increencias, manteniendo
una actitud de “naturalidad” respecto a cualquier fenómeno de conciencia.
Estamos
menos vigilados, entiendo. Podemos moldear nuestra propia cultura personal, y
es lo que hizo Aliaga, y es lo que ha venido a contarnos. Lo que ha echo Aliaga es generoso, se ha ofrecido desnudo, sin pudores ni rubores: y el lector no tiene más remedio que crecer con él.
“La
menorá y el compás” es, en primer lugar, un ensayo personal sobre las
relaciones entre judaísmo y masonería. Pero es mucho más: es la historia de un
camino de búsqueda personal, escrito con artes de novelista, maravillosamente
documentado. Huele a Ilustración, a Renacimiento. A honestidad. Al gozo que
producen las obras de San Juan de la Cruz, de Juan de Valdés, de Spinoza. Es un
libro que debería ser traducido a muchos idiomas, no solo por la poesía que
contiene, sino porque es, seguramente, el libro sobre religión judía y caminos
masónicos más claro y sencillo que he tenido la oportunidad de leer. En el
sentido de ilustrativo. En el sentido de apasionado. Lejos de querellas y humo político, lo que ha
escrito Aliaga es la historia de parte de su trayectoria intelectual. Porque él
también es uno de estos jóvenes curiosos que no se conforma con la Rutina o la Nada.
A todo le busca un sentido, intelectual y personal.
Y quizá
sea esta la única forma de actuar e interactuar con la sociedad y la cultura
que nos vaya quedando.
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