Eduardo Moga
Insumisión
Vaso Roto, 2013
Creo que hace muchos años que
Eduardo Moga escribe el mismo poema. Hace muchos años fui a conocerle a la
desaparecida librería Catalònia, donde presentaba Soliloquio para dos,
libro publicado por La Garúa ,
la insólita editorial que dirige Joan de la Vega. Entonces
escuché lo siguiente: “Dime, alma, qué cincel has empleado / para que sea yo tu
forma, / qué sombra subyace en mi sombra, / o qué memoria soy, qué invertebrada
/ conciencia”. Hace ya ocho años de esto. Quién lo diría. Era la primera vez
que las palabras pronunciadas en una presentación de libro lograban
electrizarme. (Lo normal era y sigue siendo que me hicieran dormitar). No era
sólo la voz cálida de Eduardo lo que me subyugó aquella tarde. Sin duda fueron
sus versos, increíblemente verdaderos en el contexto actual de generalizada
actuación. Generalizada sobreactuación tragicómica.
Pero la verdad de Eduardo no es de
naturaleza platónica. No es la verdad aburrida de los sacerdotes, sino la
verdad de la Muerte ,
la verdad del Sexo y la verdad de los apuñalamientos del pensamiento. La verdad
de lo único de que disponemos para ir tirando mientras vamos pudriéndonos.
Porque éste el argumento de la obra. La falta de Ser: “idéntico ensimismamiento
sin yo. Los ojos de la nada / me miran” (p.9), puro sumergimiento en Heráclito
y sus vértigos.
Hay quien piensa que el poeta es un
actor y que la vida es una farsa y que por lo tanto la poesía también lo es, y
que puede escribirse cualquier cosa con tal de que a uno lo hagan figurar en
alguna antología y salir en la foto. Pero éste no es el rollo de Eduardo, un
poeta tierno, filosófico y pornográfico. Un escritor impúdico, que aplasta la
vida contra el muro en blanco de la indiferencia cósmica. Quien vive a fondo su
vida es posible que escriba un libro de verdad y no una bagatela.
Su poesía es un gran gato erizado que le gruñe a la muerte y le araña al
lector. Es un puro trabajo material que precisa de los brillos y orines del
metal, que necesita de las heridas para brillar (“como cantiles de sombra / o
púas de cinc”, p.9).
Él, en cambio, Eduardo, yo no creo
que parezca un gato. Quizás un gran oso todo comprensión, y con ojos de búho.
Ojos que palpan los tentáculos de la noche y los arrastran a regañadientes
contra la puñetera página de libro, para que nosotros vibremos y nos
electricemos. Como hace Cioran, otro célebre cárabo, a quien por cierto va
dedicado uno de los poemas del libro (pp.71-72).
Luego fueron viniendo otros
excelentes libros: Cuerpo sin mí (2007), Bajo la piel, los días
(2010), El desierto verde (2012), y ahora este intenso Insumisión.
Ya ven. Eduardo no para.
De entrada lo que parece evidente es
que Bajo la piel, los días marcó un punto de inflexión en su escritura
del cual esta Insumisión es heredero. En aquel libro, Eduardo destruyó
todo lo que sabía de la poesía para construir algo más abierto y pugnaz y
ambicioso que no sabemos muy bien lo que es, y que quizás en el futuro se
convierta en una novela. Pero no en una novela normal, evidentemente, sino en
una de aquellas novelas tropicales y torrenciales (como él mismo) donde cabe
absolutamente todo y donde se desgarra toda clase de referencia cartesiana.
Muchos poemas o secciones del libro son ya fantásticas micronarraciones en las
que la tensión y las preguntas ineludibles son los protagonistas. Y esto sin
perder el humor, sin impostar la voz. Sin solemnidades, porque Moga busca la
proximidad y la capacidad universal de golpear. Hay un claro regusto a Proust
en el poema que dedica a su madre (pp.37-40), poema que leyó en público en la
presentación del libro hace unas semanas, logrando electrizar como sólo él y
Gamoneda saben en este melancólico país.
“¿Por qué sigues enlazando sílabas,
como si los nombres fueran la vida?” (p.10). Eduardo no ha acabado de escribir
ese su soliloquio incluyente. No ha acabado aún de cincelarse. No terminará
jamás. Y de paso seguirá cincelándome a mí, que soy su amigo y su lector.
Aquella tarde de 2006 me aproximé a Eduardo, compré su libro y me lo firmó.
Escribió en la solapa: “Para Andreu Navarra, con la alegría de ponerle cara –y
perilla- a un nuevo lector y amigo. Con un abrazo”. Luego escribió un prólogo a
un libro mío, un prólogo bello y breve como un puñetazo. Ahora le devuelvo
aquel favor de habérseme descubierto, porque en él hay mucho que descubrir,
cada vez más, intentando explicar (absurdo empeño) qué es lo que podemos
encontrar en su último libro, otro océano encauzado. Otra marea de furia
expresada en el intervalo de una carcajada. Escribo esto no como una descripción
de lo que es él, sino de lo que él es en mí, es decir, del regalo que él es.
Porque regalos son estos poemas llenos de una rabia que es una sabiduría, como
el de las páginas 48 y 49, donde aparecen 25 sinónimos de la palabra “idiota”,
o el elogio del jabalí que constituye una obra maestra de la crítica teológica
contemporánea (qué extraño, como el actual Papa Emérito Radzinger, también
Ortega y Gasset llamó jabalíes a los más furiosos anticlericales).
Por eso Eduardo se junta siempre con
los jóvenes. Porque los jóvenes son los centinelas, o no son nada. Porque los
jóvenes también están hartos de las estafas de los mayores. Porque han crecido
en la tierra del no. La tierra del no disfrazado de sí al que hay que decir,
con todas las fuerzas, no. Los jóvenes son los aprendices de búho, los que
deben impugnar el aburrimiento y las concesiones. Y por eso Eduardo es un
joven, que escribe una vieja poesía joven, vehemente y escéptica.
Pruébenlo. Acérquense a Eduardo. Sus garras tatuarán su espíritu para
siempre. Gracias, Eduardo. Sigue pegando, sigue hostigándonos, y peleando
cantando, y escribiendo arañando y riendo y brindando.
Andreu Navarra Ordoño
Publicado en la revista Caravansari
Total tu reseña. Describes muy bien a Eduardo, a su naturaleza atípica de persona lúcida, jovial y cercana, y profunda, profundísima.
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