Agustín Espinosa (Puerto de la Cruz , Tenerife, 1897 – Los
Realejos, Tenerife, 1939) es seguramente el narrador surrealista más puro de la
literatura española. Tras unos primeros pinitos en forma de poesía modernista,
que ya casi nadie alcanza a documentar, dirige la revista La Rosa de los vientos, y luego viaja a Madrid
para doctorarse con una tesis sobre José Clavijo y Fajardo, el ilustre
periodista ilustrado español que fundó de El
pensador. Allí conoce a Ernesto Giménez Caballero, con quien mantendrá una
amistad cercana, llegando a trabajar en la redacción de La
Gaceta Literaria. En 1929, Espinosa publica Lancelot 28º-7º, una descripción en
prosa de la isla de Lanzarote en clave cubista, llena de contenidos
metafísicos. Teniendo en cuenta que Clavijo era de Lanzarote, no está de más
señalar que los temas lanzaroteños fueron importantes en el imaginario del
escritor antes de su ingreso en las filas del surrealismo.
Durante
los años treinta es uno de los protagonistas de la floración surrealista
canaria. En 1930, tras un viaje a París, Espinosa se incorpora a la Gaceta de Arte, revista nacida en 1932 y
dirigida por Eduardo Westerdahl, de donde procede Óscar Domínguez, el ilustrador
que realizó la portada de su obra más recordada: la novela Crimen (1934). De 1933 es la conferencia Media hora jugando a los dados, a la que siguieron otras: Bajo el signo de Viera, La isla arcángel de Lope, Hablemos ahora del
asno… y Sangre de España. Como
presidente del Ateneo de Santa Cruz de Tenerife impulsará la famosa y
trascendental visita de los surrealistas franceses a su isla, en mayo de 1935.
Domingo Pérez Minik nos dejó escrita la crónica de aquella visita, en su Facción española surrealista de Tenerife
(1975), donde se nos cuenta hasta qué punto los paisajes y los pequeños
descubrimientos entusiasmaron a Breton: “El poeta se echaba al suelo, como si
quisiera comerse algunas hierbas, veía con avidez las flores pequeñas de los
bordes del camino, cuyos nombres nos preguntaba y que no sabíamos responder.”
Agustín
Espinosa era un escritor católico. ¿Cómo encajar las escenas de sexo de Crimen y su dislocado visionarismo con
su ideología y su concepción religiosa de la vida? No es incompatible en un
prosista de vanguardia el catolicismo y el ejercicio de la escritura
automática. Es más, quizás sea la mentalidad católica el objeto idóneo de la
introspección psicoanalítica, a la hora de que se produzca el proceso de
liberación y de descripción y emancipación de lo reprimido que caracteriza al
surrealismo. Seguramente, en el espíritu del libertino haya menos que libertad.
La
relación del surrealismo con el catolicismo fue intensa. En una carta de Luis
Buñuel a Pepín Bello escrita en 1929, el aragonés le propone a su amigo varios
títulos de poema: “Mulas huyendo de una hostia consagrada”, “Hostia consagrada
con bigote y polla”, “Hostia consagrada saliendo por el culo de un ruiseñor y
saludando” (Martínez Sarrión, 2008 : 77). Dalí escribió ese mismo año una Profanación de la hostia. En general,
todos los surrealistas franceses mostraron una auténtica aversión al
cristianismo, y los españoles añadieron ac este rechazo doctrinal el
anticlericalismo iconoclasta y brutal tan característico de su patria. En
Francia se conoce el caso del sacerdote alsaciano Ernest de Gegenbach, curiosa
mezcla de libertino y místico, y militante surrealista. Este personaje mantuvo
relaciones con una actriz del Odeón, por lo cual fue amonestado por su obispo,
y luego intentó suicidarse. Contando todas sus zozobras escribió una carta a
los redactores de Revolución Surrealista,
carta en la que acusaba a la
Iglesia de haberlo convertido en un rebelde y un nihilista.
En 1970 publicó Judas o el vampiro
surrealista, y aún viviría once años más (Martínez Sarrión, 2008 : 81).
Pero ese
“cura sacrílego” no escribió una novela como Crimen. Resulta totalmente sorprendente la cantidad de sexo
desatado y coprófílico que Espinosa es capaz de incorporar a su discurso. Nunca
las heces y el asesinato habían merecido mayor ternura. Pero esto añade valor a
los escritos de Espinosa, porque nos revelan la sinceridad de su modo de
trabajar. Las tremendas y mórbidas convulsiones de Crimen, novela llena de voluptuosidad y ansias de fornicación
mortuoria, nos indican que Espinosa, que era catedrático de instituto,
protagonizó una auténtica labor de liberación. Veamos una muestra: “Ella se
masturbaba cotidianamente sobre él, mientras besaba el retrato de un muchacho
de suave bigote oscuro. / Se orinaba y se descomía sobre él. Y escupía –y hasta
se vomitaba – sobre aquel débil hombre enamorado, satisfaciendo así una
necesidad inencauzable y conquistando, de paso, la disciplina de una sexualidad
de la que era la sola dueña y oficiante. / Ese hombre no era otro que yo
mismo”. En definitiva, Espinosa podía escribir eso e irse a misa bien
tranquilo, de eso no cabe la menor duda. Ahora bien, espero que el nombre
fingido de su partenaire literaria,
María Ana, fuera realmente fingido, para que la muchacha no tuviera luego
problemas, ya que la sociedad no estaba aún preparada para digerir lo que hay
en Crimen. De hecho, terminada la
guerra civil, Espinosa fue depurado no por cuestiones políticas, sino por las
ampollas que había levantado su novela. Por ejemplo, imposible que fuera
digerida una feliz y brutal sesión de sexo combinada con la muerte provocada de
la amante bajo las ruedas de un tren expreso. Frenesí por morir y asesinar, por
alcanzar el orgasmo y la saciedad. Mística del suicidio, unión de la revelación
con el orgasmo y la autonegación: “Me había dormido entre veinte senos, veinte
bocas, veinte sexos, veinte muslos, veinte lenguas y veinte ojos de una misma
mujer. Por eso fue mi despertar más angustioso y horripilante: crucificado
sobre mi propia cama de matrimonio[1]
puesta en posición vertical tras un gran balcón de cristales abierto a una
calle desolada. Amanecía tras aquel balcón que me servía de vitrina. Estaba
completamente desnudo. Sentía frío y vergüenza de que me pudieran ver desde la
calle.” En definitiva, ya vemos por dónde van los tiros: Crimen podría calificarse de magistral explosión de pulsiones y
miedos desatados.
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