Región despoblada
dilluns, 4 de març del 2019
Cómo educar
Venía leyendo en el metro "Misión de la universidad" (1930), de José Ortega y Gasset. Me han llamado la atención muchas de sus ideas. Una, la que más, consiste en la necesidad de que la investigación abandone el ámbito universitario. La universidad formaría al ciudadano culto medio y profesional de nuestra sociedad, mientras que los científicos nutrirían a las universidades, pero "desde fuera". Se distinguiría muy claramente entre el burgués profesional y el científico, libre de trabas. La docencia dejaría de estorbar a los investigadores, las investigaciones dejarían de estorbar a los docentes. Curioso. Como para tomar nota. Y he pensado que, para la secundaria, mi opinión es exactamente la contraria: multiplicar las experiencias de ciencia, especulación y de alta cultura en nuestras aulas de instituto. Lo de ahora no va a ningún sitio. Preocupados (extenuados) por evaluaciones, proyectos concretos y burocracia, el profesor desatiende lo global, la función social de su profesión. Ahondando en nuestro dolor, olvidamos la dirección general de nuestras actividades. Las universidades encallan porque reproducen los métodos de la primaria, y ni se aprende ni se investiga en el maremágnum actual. Por lo tanto, un Instituto de Humanidades como el orteguiano, autónomo, tanto de la universidad como del fascismo de consumo que está laminando nuestras instituciones docentes, quizás sería más necesario que nunca. En lugar de hacer avanzar los conocimientos humanísticos a pesar del franquismo, se trataría de relanzar las actitudes de reflexión en el naufragio mental y tontista actual, nuestro totalitarismo de la sonrisa y la baba. Lástima que yo no tenga tiempo, ni dinero, ni, ay, energía, para intentar aliarme con alguien y soñar con un instituto de cultura histórica, humanística, al margen, que rescatara a nuestros alumnos, porque actualmente son tratados como ganado discapacitado por una sociedad que espera de ellos que callen, sufran, consuman ansiolíticos y jueguen con aparatitos hasta la vejez.
dijous, 21 de febrer del 2019
Sara Mesa: la escritura inoportunista
Leo con avidez cada libro nuevo que
publica Sara Mesa. El último fue Cara de
pan (Anagrama, 2018), una novela de estructura aparentemente sencilla,
basada en equívocos, sobre la comunicación y la incomunicación entre los seres
humanos. La sabiduría con la que Sara Mesa evita juzgar moralmente a sus
personajes la convierte en la ensayista perfecta para ir desgranando el caso de
Carmen, una persona sin hogar y enferma a quien Beatriz intenta ayudar porque
un día, casualmente, han empezado a comunicarse. La historia que se explica en Silencio administrativo (Anagrama, 2019)
tiene que ver con Cicatriz (Anagrama,
2015) y con Cara de pan: Beatriz y
Carmen son otra pareja de seres humanos que buscan sentido o salir adelante
como sea, tratando de comprender sus impulsos, tanto los que se escapan como
los que podemos encauzar o iluminar de una forma más natural o menos
clandestina.
La diferencia es que esta vez la
experiencia narrada es real.
Álex Chico, autor de Un final para Benjamin Walter (Candaya,
2017), gusta de cultivar el género que él llama “ensayo ficción”. Sobre esta
forma de indagación novelística ha escrito algún que otro texto programático.
Lo que Sara Mesa nos presenta ahora lo podríamos llamar “ficción ensayo”. Por
fuera, desde fuera, se trata de un ensayo. Hay una voz marco que informa de un
proceso de documentación, y que presenta un problema. Una administración
pública española, en lugar de ayudar a una persona desesperada, contribuye a
triturarla y prepara, por omisión, su destrucción. A partir de aquí, la
historia real de Carmen, la luchadora, y Beatriz, quien trata de ayudarla,
forma una narración: la nueva novela de Sara Mesa. Una novela que empieza: “La
primera vez que la ve le llama la atención de inmediato, por su fragilidad y su
desamparo. No es una mujer completamente ciega, pero lleva bastón y unas
gruesas gafas”. Es el tono habitual de Sara Mesa: detallista, preciso.
Valiente, contenido, carente de estridencias.
Un estilo que actúa de cara, pero en
voz baja.
El
resultado es estremecedor. Se me han revuelto las entrañas leyendo este libro,
porque he descubierto a través de qué estrategias de dominio e hipocresías
vamos viendo desaparecer nuestra democracia entre himnos públicos y banderas
varias.
Algunas cifras: el 26,6 % de la
población española está en riesgo de pobreza y exclusión. Unos 2,3 millones de
personas padecen pobreza severa. Entre éstas, unas 40.000 no tienen hogar. Mesa
explica cómo se construyen desde los medios los tópicos según los cuales los
sin techo han llegado voluntariamente a su situación. E incluso cómo son
presentados como privilegiados que no tienen que trabajar y que gozan de
subvenciones millonarias. El caso descrito de Carmen incluye palizas, violaciones,
la obligación de prostituirse, la imposibilidad de recibir asistencia médica,
estancias en la cárcel, agresiones sexuales impunes en albergues públicos,
drogadicción, amenazas de violentos en la calle que se divierten pegando o
quemando vivos a pobres, y sobre todo, de qué forma las personas vulnerables
son ninguneadas desde los servicios públicos. Con todo lujo de detalles
inverosímiles, que el lector no creería si no le aseguraran que son ciertos.
La Presidenta de la Junta de
Andalucía anuncia que 42.000 familias de esa comunidad recibirán una “renta
mínima de inserción laboral”. Beatriz inicia los trámites para intentar sacar a
Carmen de la calle. Pero para iniciar esa documentación, Carmen ha de estar
empadronada, y no puede empadronarse porque no tiene casa. De algún modo hay
que acreditar que Carmen vive en la calle, en un municipio andaluz concreto, lo
cual es imposible. Sólo pueden ayudarla los “servicios sociales
correspondientes a su domicilio”. Pero resulta que no tiene domicilio. Hay que
acreditar también ingresos y causa de la situación desfavorable: “Por ejemplo,
el motivo por el que una persona está sin hogar. ¿Es debido a un proceso de
desahucio? ¿Se ha producido una ejecución hipotecaria? ¿Un lanzamiento por
impago de renta? ¿Se perdió la vivienda habitual por incendio, derrumbe u otra
catástrofe? Bien, pues todo debe ir acreditado: contrato de arrendamiento,
advertencias legales por impago, informe de la entidad bancaria que concedió la
hipoteca, informe de los bomberos, de la policía o de quien interviniera en la
catástrofe que obligó al desalojo”… Hipotecas, cuentas bancarias, contratos de
alquiler… La administración vive en otra dimensión.
Se anuncian teléfonos a los que no
contesta nadie. Las solicitudes caen en limbos insondables. Algunos
funcionarios responden con evidente mal humor a las peticiones de información.
Las respuestas sobre lo que hay que hacer son muy diferentes según si atiende un
profesional u otro. “Las respuestas”, cuenta Sara Mesa, “son variadas, casi
nunca esperanzadoras, y a menudo dependen más de las personas concretas que de
las entidades”. La ley es un puro capricho, depende de si su intérprete ha
tomado café o no. Las webs parecen utilísimas y eficacísimas, pero son sólo
cortinas de humo. Nada que no suene a quien haya frecuentado las covachuelas
habituales. Con la agravante de que lo que está en juego en el caso de Carmen
es su vida.
Todos los servicios sociales están
saturados. Todas las vías para entregar expedientes, también. Todo lo que pueda
significar ayuda o justicia, está bloqueado. Por falta de personal, por falta
de voluntad política. Algunos funcionarios hablan a Carmen despacio y alto,
como si careciera de cerebro. Los trámites tardan meses, o se extravían sin
ninguna justificación. Los certificados han de enviarse por internet o a través
de plataformas digitales que no funcionan: cuando resulta imposible que un sin
techo disponga de internet. Nadie parece responsable de este caos que tiene
forma de laberinto.
Y otra sorpresa: cuando, tras meses
y meses de entrevistas y gestiones alucinantes, se consigue el miserable
subsidio, ya ha de tramitarse su renovación, con lo que la rueda de
despropósitos no se detiene nunca. Yo he sentido eso, cuando buscaba y obtenía
contratos de investigación. En cierto momento de mi vida me di cuenta de que mi
empleo, mi ocupación, que oficialmente era “investigador contratado”, en
realidad consistía en “sobrevivir”, en gestionar la mera continuidad de mis
posibles actividades. También sentí que era “sospechoso”, de ser un vago o un
bohemio, porque intentaba sacar adelante investigaciones más o menos
ambiciosas. El papeleo necesario para continuar había eclipsado completamente
mi tiempo para aportar descubrimientos a mi sociedad. Hasta que me di cuenta de
que en mi casa, sin el agobio de los trámites absurdos, me podía concentrar más
en lo productivo. Hasta que me di cuenta de que investigar era como una especie
de pecado que no se me perdonaba.
Los que conocemos cómo funciona
nuestro sistema educativo es posible que tengamos algo que añadir a lo que nos
explica Sara Mesa. La farsa de la educación competencial viene a ser, en otro
ramo de la sociedad, un proceso paralelo al que nos ha descrito la escritora
madrileña. Este curso será el primero en que, de una manera inexorable, y de
forma casi impuesta, los profesores ya no podrán suspender a los alumnos que no
hayan alcanzado las competencias mínimas o no hayan presentado las tareas
propias de su nivel. No es que el sistema fuerce a aprobar a todos, es que en
los documentos preceptivos el suspenso ha desaparecido. Por lo tanto, como ya
no podía disimularse más la enormidad de un completo fracaso social, lo que se
hace es organizar un enorme complejo de autosugestión según el cual a través de
una serie de palabras mágicas quedarán superadas las cifras de fracaso escolar
y llegará una nueva era en la que se conseguirá el aprendizaje pleno para
todos. La trampa es evidente: se destierran los contenidos, se presiona para
que nadie pueda suspender, y las cifras vuelven a los estándares europeos.
Literalmente, parece que a los profesores se nos prohíba enseñar, y tengamos
que sustituir los saberes básicos de un ciudadano occidental por una algarabía
metacognitiva bastante insólita.
Sin embargo, los profesores sabemos
que según este modelo nadie aprende gran cosa (estamos aplicando como si fueran
“innovación” experiencias que han resultado un completo desastre en otros
países) y, lo que nos preocupa mucho más: una parte muy importante de los
alumnos no son capaces ni de interpretar un texto de cuatro líneas ni de
producirlo, y con las propuestas actuales la cosa irá a peor. Pronto no habrá
forma de que nuestros alumnos experimenten una vivencia continuada de logros
científicos y culturales. La educación obligatoria se convertirá en un ámbito
para actividades variadas donde se impartan retales de saber fragmentado e
infantilizado. El objetivo está claro: maquillar la sociedad para invisibilizar
sus disfuncionalidades más escandalosas. Es un caso parecido al narrado por
Sara Mesa, porque es totalmente evidente que el sistema bombardeará a diario
los medios con noticias brillantes, vivencias felices, iniciativas positivas, e
incluso adiestrará debidamente a la población y a los profesionales para que no
se confundan, para corregir su interpretación de los hechos. Para eso abundan
maravillosas webs, redes impresionantes, totalmente desconectadas de la
realidad de las aulas.
Pero
la nueva pedagogía es una humillación para padres, alumnos y profesores. De lo
que se trata es de que los alumnos de clases populares no puedan acceder ni al
bachillerato ni a las universidades: se quiebra el puente entre la educación
obligatoria y las formaciones técnicas necesarias para no quedar totalmente
inerme ante la complejidad de la vida contemporánea. Se crean bolsas de
analfabetos funcionales adrede, para alejar la tentación de que alguien
procedente de clase media o baja ingrese en el circuito de privilegio. Los
profesores sabemos que el conocimiento es poder. Y que, por lo tanto, también
es libertad. Sara Mesa escribe que la pobreza, sobre todo, también es “falta de
libertad”. Pobreza es que te aten a la miseria, que te cierren el camino, como
a nuestros jóvenes, a quienes señalamos alegremente su camino hacia la nada,
hacia la vida subsidiada o la explotación laboral. Pero mientras se ningunea al
profesorado y a las familias, que no saben nada de las reformas en curso, las
autoridades ponen en circulación autobuses de promoción de la tarea docente
(Europa Press, 21 de enero de 2019).
Sara Mesa ha puesto en evidencia que
vivimos en una especie de Democracia Aparente. Sin romper con los grandes
principios constitucionales, se proclaman palabras mágicas desde las tribunas
políticas, y las concreciones sobre el terreno que puedan incidir sobre el
bienestar de la ciudadanía son obstaculizadas desde la esfera burocrática. España
se convertirá en un sistema de castas económicas, si es que no hemos llegado ya
a este punto terminal. Retrocedemos hasta una especie de liberalismo
censatario, caminamos hacia la sociedad de 1845, cuando se le pedía la cédula a
los súbditos para acreditar dónde trabajaban, no fuera que se les ocurriera
pasear o vagar por donde no les correspondía. Me acuerdo de un día, en un
municipio de la provincia de Barcelona, en el que le pregunté a una Técnica de
Integración Social de un centro docente cuáles eran los servicios previstos por
la administración local. Respondió muy claramente: hay una persona que se
encarga de asegurarse de que no hay absentismo escolar. Es decir, que en una
ciudad de más de 100.000 habitantes, los únicos servicios sociales conocidos no
se interesan por si los jóvenes consumen drogas, no estudian o reciben palizas
de sus padres: sólo se aseguran de que estén en algún lugar conocido, y no en
la calle.
Un
sistema como el nuestro, que invisibiliza a todo aquel que no acredite cierto
nivel de rentas, no ofrece muchas esperanzas de reforma y enmienda. No es que
haya ciudadanos de primera y de segunda: es más grave, más drástico que eso. La
Carmen del ensayo de Sara Mesa ya no existe. Para el sistema, no tiene derecho
a nada. Sólo a ser violada y a morir. Tan brutal como esto. Es tan grave que
parece demagogia, pero quienes trabajamos de cara al público vemos esta clase
de cosas cada día. Y si lo explicamos nos llaman radicales o exagerados. Pero el caso relatado
por Sara Mesa es real, por desgracia. Crudamente real. La administración
sospecha de la víctima y la acorrala contra el muro de su propia destrucción
próxima. Los medios estigmatizan a la persona pobre y de esta forma se azuza el
odio contra ella. Mesa concluye: “Carmen no está en riesgo de exclusión: ya ha
sido excluida. Una barrera infranqueable se alza ante ella”. La única
recomendación oficial es que reviente pronto, y sobre todo que no haga ruido. Que
no moleste, que no se muestre en público. Que no hable, que no trate de
conseguir documentos. Que desista de hacerse ver y oír. En un plano parecido,
el problema de los estudiantes objetores, del fracaso escolar, la evidencia de
que las nuevas pedagogías facilistas son un desatino, tampoco serán visibles.
Nadie sabrá qué clase de imposiciones barrerán la educación pública en los
próximos años. En nuestro iceberg social, solo será visible el triunfalismo
propio de la cúspide de la pirámide. No hay ningún interés en fomentar la
igualdad. Las lacras se tapan y nadie se preocupa de sentar las bases para la
resolución de los problemas sociales más vergonzosos. Donde hay un problema, se
manipulan las estadísticas. O peor: se falsea la realidad, no sea que a los
políticos les falten triunfos de los que alardear. Mientras se presentan cifras
impecables, se irá apartando a cada vez a más generaciones de la ciudadanía
plena.
Hay
un tipo de falsa izquierda que ha renunciado a referirse a estos temas. Es
mucho más oportunista sumarse a las modas lingüísticas del momento, adaptarse
al tipo de narrativa autoficcional habitual, poner una selfi bonita en la portada de tu libro, y tratar de no hacer
evidente que los comportamientos de uno se parecen más a los de la Inquisición
que a los de un movimiento progresista. Cierto tipo de narrativas son más
oportunistas que progresivas. Sin embargo, Sara Mesa, libro tras libro, va demostrando
que opera de modo inverso, desde la honestidad y la complejidad. Su mirada es
la de una investigadora, no la de una autoridad sacerdotal. Buscando las
interpretaciones inesperadas, buceando en los temas que nadie mira desde una
posición por encima de los tópicos. Desde la tersura y la simplísima seriedad.
Y, sobre todo, renunciando al moralismo fácil.
dimecres, 29 d’agost del 2018
Anatoli Lunacharski, el poeta revolucionario
Anatoli
Vasilievich Lunacharski nació en Poltava el año 1875, y siguió sus estudios en
el gymnasium de Kiev. Su padre era un
funcionario de ideología progresista. En el quinto curso ya se había afiliado a
un círculo revolucionario marxista. Como esta circunstancia le hubiera cerrado
las puertas del mundo académico ruso, consiguió convencer a su madre de que
fuera enviado a Zúrich para estudiar Filosofía junto al maestro Avenarius. En
esa ciudad formó parte del núcleo político de Plejanov y Axelrod, y leyó con profusión
a sus autores predilectos: Spencer, Schopenhauer y Nietzsche. En 1897 volvió a
Rusia y sufrió varias detenciones. En 1906, lo encontramos exiliado por varias
ciudades europeas de Francia, Italia y Suiza, convertido en un fiel colaborador
de Lenin. Vladímir Ilich Uliánov era cinco años mayor que él. Lunacharski
consideró siempre a su amigo y mentor como un genio estratégico; en cambio, se
veía a sí mismo como un “poeta revolucionario”. El tipo de vida andariega que
mantuvo en Europa construyó el típico perfil de revolucionario cosmopolita y
culto que Stalin gustó de borrar de la faz de la tierra a partir de 1928. Antes
de ejercer tareas de gobierno, Lunacharski fue un activo orador, periodista,
escritor y crítico literario.
Sin
embargo, el destino de Lunarcharski fue menos hostil que el de otros
revolucionarios de la vieja guardia. En los primeros compases del triunfo
bolchevique fue nombrado Comisario de Instrucción Pública. Como escribió John
Reed, el 2 de noviembre dimitió ruidosamente tras ser engañado. Se le dijo que
la Catedral de San Basilio acababa de ser destruida. Lunacharski abandonó una
reunión gritando que no podía soportarlo. Sin embargo, retiró la dimisión
cuando la información fue desmentida. Su gesto se interpretó justamente en su
época: Lunacharski se convirtió en la bisagra entre el mundo tradicional ruso y
el Estado en construcción. Su obra debe ser considerada como el justo medio
entre la conservación del legado cultural tradicional y su adaptación a los
tiempos revolucionarios.
Ocupó
el ministerio hasta 1929, año oscuro de consolidación del estalinismo. Dimitió
porque vio definitivamente derrotado su ideal de ofrecer una educación integral
para los hijos de los obreros: durante toda su trayectoria, aliado con la
esposa de Lenin, luchó por su proyecto de mantener una escuela que combinara la
introducción al trabajo con los saberes generales y humanísticos. Pero el signo
de los tiempos viraba hacia una tecnificación acelerada de los estudios. El
régimen necesitaba técnicos, y no pensadores. Nadezda Krupskaia, viuda de
Lenin, quiso dimitir junto a él, pero no se lo permitieron. Para ella, la dedicación
tenía que crear no solo obreros sino también “directores de fábrica”. Lenin
mantenía controlado a su amigo a través de su esposa, que se convirtió en el
centro ideológico del comisariado.
La lucha entre los proyectos
pedagógicos del Narkomprós y los de los partidarios de la Escuela Técnica
llegaron a su punto culminante en 1920. Y no fue el único problema con el que
tuvo que lidiar Lunacharski. Con el país enfrascado en una guerra civil, tuvo
que invitar a la comunidad educativa a abrazar los ideales de los bolcheviques,
sin recursos, sin posibilidad de capilarizar las propuestas oficiales a los
rincones de un país inmenso, y a la vez contando con una masa de maestros
declaradamente hostiles al gobierno comunista. Cuando el nuevo ministro tomó
posesión, ni siquiera se sabía con exactitud cuántos departamentos dependían de
la institución. La intendencia militar y los transportes acaparaban la atención
de los bolcheviques, que despreciaban la enseñanza y la cultura. El objetivo
durante años fue centralizar desde el Narkomprós controlado por él y Krupskaia
la totalidad de los centros docentes preexistentes, pero la realidad era que
los ministerios de Comercio e Industria, Finanzas, Agricultura y Comunicaciones
eran muy reacios a ceder sus espacios y su personal. En 1918 Lunacharski
redactó su célebre Informe sobre la
Escuela Única de Trabajo, que abogaba por un sistema en el que el Estado
mantuviera las presiones bajo mínimos.
La situación del sistema educativo
ruso en 1918 era totalmente caótica. Con todo, Lunacharski y Krupskaia
consiguieron fundar innumerables jardines de infancia, colonias educativas y
centros experimentales. En esa nueva educación imaginada se abolían los
castigos, se estimulaban el teatro y la creatividad, se promocionaba el
acercamiento afectivo entre los alumnos y los tutores, y la escuela
proporcionaba ropa y una alimentación adecuada a los niños. El norteamericano
Dewey era el pedagogo predilecto de Lunarcharski, y su máximo inspirador. Y es
que las comunas infantiles se habían convertido en necesidades urgentes para
dar cobijo a los huérfanos que iba dejando la guerra. Aun así, Sheila Fitzpatrick
dejó escrito que entre los proyectos aprobados por el Narkomprós y su
realización efectiva medió siempre un abismo. La esperanza de Lenin, que sí
estaba interesado en la filosofía y la propaganda, era que aquellos niños
trajeran el verdadero socialismo tras la etapa de la dictadura del
proletariado. Para estimular al ministro en la combatividad, fue colocado a su
lado Evgraf Litkens, que formaba ya parte de la generación de la guerra civil,
y cuya mentalidad encajaba más con el bolchevismo militarizado. Para los
líderes del partido comunista, Lunacharski fue siempre demasiado tolerante, un
soñador rodeado de poetas y bohemios.
Nunca
fue elevado al Comité Central ni se le consideró un político relevante. Sí se
convirtió, desde 1917, en un orador muy apreciado y querido. Tras su salida del
ministerio, fue nombrado embajador en Francia, lo que en el código de la época
bien podía significar la antesala de la caída en desgracia definitiva. Murió en
1933, en la localidad de Merton, mientras viajaba hacia España con el objetivo
de tomar posesión del cargo de embajador de URSS en la República Española. Con
la muerte de Lunacharski, desaparecía la cara más amable del régimen soviético.
Su
elección como embajador en España no había sido un azar, puesto que Lunacharski
era un gran admirador de los clásicos españoles. En 1934, se publicó en España
su drama Don Quijote Libertado. En
esta primera edición, no figuraba editor, aunque fue elaborada en los Talleres
Gráficos Marsiega. Sí en otra del mismo año, que publicó en Madrid la casa Luz.
La pieza fue reeditada en Barcelona dos años después, por Boreal. En 1969, Seix
Barral recopiló algunos de sus ensayos sobre arte escritos entre 1917 y 1929.
En su artículo “El poder soviético y
los monumentos del pasado”, Lunarcharski explicaba que “en un país que sufre
una crisis revolucionaria en la que las masas, llenas de justo odio hacia zares
y grandes señores, extienden dicha enemistad a sus viviendas y a sus bienes por
no estar en condiciones de valorar la importancia histórica y artística de los
mismos debido a la ignorancia a que continuamente estuvieron sometidos por
parte de los mencionados zares y grandes
señores, en este país, detener la ola de destrucción, no solo conservar los
tesoros culturales sino ponerse manos a la obra para reavivarlos, para
convertir los museos momificados en bellezas vivientes”. En este fragmento se
perfilan dos pilares básicos del sistema soviético: la dignificación de las
masas a través de la cultura y la instalación de centros docentes, hospicios y
sanatorios en antiguos palacios aristocráticos. El programa ministerial
pretendía trasladar al obrero y sus hijos al palacio, mientras se le educaba
para apreciar los tesoros artísticos. Para ello resultaba imprescindible
conservar los edificios señoriales e instaurar un sistema educativo
dignificador. Para ello se empleó fondo
Lunacharski desde su oficina. El comunismo, según su visión, no era otra cosa
que un ideal educador, humanitario y civilizador.
Entre 1908 y 1909, Lunarcharski
vivió en Capri invitado por Gorki. Ambos gustaban de organizar congresos y
charlas de contenido doctrinal. En 1908 y 1911 publicó en dos volúmenes una de
sus obras mayores: Religión y Socialismo,
para polemizar con el racionalismo de Plejanov. Lunacharski opinaba que el
comunismo debía ser una religión del hombre, una nueva espiritualidad basada en
una solidaridad mutua que construyera una nueva época. En los años treinta,
aquello era totalmente incompatible con la deriva que tomó la política
soviética. Incluso Lenin llegó a romper con él, considerándolo un “charlatán” y
un místico. Sin embargo, se reconciliaron en 1915. Visto en perspectiva, Lenin
utilizó a Lunacharski, su hombre diplomático, para impulsar una reforma lenta
que evitara el rechazo frontal de la comunidad académica y científica. Situar
al frente del Narkomprós a un bolchevique “duro” le hubiera causado más
problemas que beneficios.
Las instrucciones y reformas del
Narkomprós encontraron un muro infranqueable entre la comunidad científica
rusa. Los profesores de la Universidad de Moscú procedían, en su mayoría, del
partido cadete; su ideología era de tipo liberal, predominaba entre ellos el
anticomunismo, y se habían comprometido con la revolución anterior. Los
estudiantes también veían con malos ojos las injerencias del ministerio, lo
cual mortificó a Lunacharski durante años. En general, muchos maestros y
profesores creían que el nuevo régimen no iba a durar, y aguardaban con
esperanza la victoria de los ejércitos blancos. Sin embargo, Lenin ordenó que
se mantuviera la autonomía en los centros académicos: comprendía lo que también
comprendió Stalin: su régimen necesitaba mantener a una casta científica
activa. Oldemburg, predecesor de Lunacharski en el ministerio, lideró esta
resistencia por la autonomía académica desde las aulas universitarias y los
laboratorios.
En 1918, Lenin comunicó a
Lunacharski su orden trascendental de instalar propaganda por todos los
rincones del nuevo estado, y le indicó la necesidad de que el arte incorporara
un vector útil a la Revolución. Es el momento en que dio comienzo la explosión
del cartelismo. Lunacharski ocupa un lugar doble en la historia de las Artes.
Por un lado, se le considera el diseñador de la propaganda política soviética;
por otro, se le reconoce la voluntad de no querer imponer una línea estética
oficial que ahogara la creatividad de los artistas y escritores de la época. En
“La Revolución y el arte”, escribió: “Como se comprenderá, el Estado no tiene
intención de imponer por la fuerza sus ideas revolucionarias ni sus gustos a
los artistas”. Lunacharski se propuso apoyar un arte oficial vanguardista, pero
sin imponer una determinada dirección. Algo que cambió drásticamente en los
años treinta, cuando el realismo socialista sustituyó por ley cualquier otra
forma de expresión.
Lunacharski fue, ante todo, un
idealista de la ilustración popular y un animador cultural sin precedentes.
Cuando, en 1932, Stalin prohibió explícitamente las estéticas de vanguardia,
las artes decayeron increíblemente en Rusia. Se cerraba de ese modo el capítulo
más creativo y recuperable de la Revolución de 1917: el del despliegue de un
sistema educativo único por su extensión y su modernidad pedagógica, y el del
desarrollo de todo tipo de ismos que venían de atrás pero que habían visto el
campo abonado para su expresión y socialización, incluso internacionalmente.
Los capítulos siguientes a su actuación fueron de una aterradora tristeza.
Andreu Navarra
dimarts, 10 de juliol del 2018
Andariegos, nueva literatura de viajes
Pienso que tendríamos que alegrarnos de que en nuestra república de las letras destaque una escritora como Patricia Almarcegui, una auténtica aventurera literaria como las de la época de la Ilustración o el Romanticismo. Conocer Irán (Fórcola, 2018) es una auténtica revelación. Almarcegui es capaz de cincelar párrafos como si su propio espíritu fuera una escultura, y la estatua de sí misma la construyera a partir de sus relaciones con los paisajes, la arquitectura, los jardines, las artes aplicadas y las demás mujeres, hermanas suyas fugaces, con que se cruza en su viaje, un viaje que va volviéndose iniciático a medida que se avanza en la comprensión integral del mosaico persa. No es solo que describa con enorme exactitud lo que ve: es mucho más. Lo que consigue esta escritura es desentrañar las claves íntimas y los significados espirituales de los objetos que desfilan ante ella. Le entran a uno ganas de ir, y de hacerlo ya, a ciudades como Isfahán, Yazd, Kashan, Mashsad, Kermán o Shiraz, donde la autora vivió luego, y que debe ser algo así como la Sevilla de Irán.
Conocer
Irán invita a volverse loco y salir a ver mundo sin red. Pero,
entendámonos, a vivir una locura ilustrada como la suya. Impresiona la capacidad de asombro de Almarcegui. Impresiona su
capacidad para integrar la realidad otra y de abandonarse a su seducción. Su
talento para desentrañar lo real oculto, el carácter de las gentes y las
culturas con las que tropieza. Impresiona la naturalidad con la que expone las
dificultades por las que ha de pasar una viajera por el simple hecho de ser
mujer e ir sola. Impresionan su sabiduría, su capacidad por engarzar anécdotas,
historia y deslumbramientos en una prosa basada en la arquitectura de los
párrafos y la confesión moderada. Un libro delicioso, vaya.
También va siendo hora de que la
crítica se fije en el Eduardo Moga prosista. Su obra dedicada a los viajes
empieza a ser ya muy extensa. La pasión
de escribil. Relato de tres viajes a Hispanoamérica es del 2013; Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres,
del 2015; y su continuación homónima, con el subtítulo añadido de “Una visión
crítica de Londres”, del 2016. Los ha ido publicando en La Isla Siltolá y
Varasek. A sus toneladas de excelente poesía hay que ir colocando ya todas
estas toneladas de impresiones y juicios en buena prosa. Su nueva entrega, El mundo es ancho y diverso, incluye un
relato sobre una estancia familiar en Lanzarote, la aventura de un festival
literario en Polonia y Ucrania y un periplo tunecino; lo acaba de publicar
Baile del Sol. Todo ello viene a sugerirnos que la dedicación moguiana a los
viajes no es una broma ni un episodio fugaz, sino un cultivo creciente sobre el
que valdría la pena detenerse.
Lo
que más abunda en El mundo es ancho y
diverso es la ironía: “A mí las actuaciones folclóricas siempre me han dado
sueño (de hecho, solo puedo imaginarme tres cosas más narcóticas que un
festival folclórico: una misa, un encuentro de poetas de la experiencia y un congreso
de auditoría y contabilidad”; o: “Muy pronto comprobamos la eficacia del
servicio de guaguas: el último autobús a la capital acaba de salir, y el
siguiente tardará una hora y media”. Un humor que no abundaba en sus libros
dedicados a Londres, lugar que dejó en el autor una impresión culturalmente
rica pero más bien nubosa y crítica. La idiotez inmanente en el mundo del
turismo es una de las cosas que más indigna al visitante de Lanzarote, pero a
la vez el autor se pregunta por qué a veces no puede reprimir el instinto de
hacer el guiri. Asimismo, el libro concentra un acerado anticlericalismo,
característico también de los textos de Moga, así como la denuncia de los
nombres de fascistas colocados sobre placas, calles y hoteles. Y se nota que
escribe un poeta, sobre todo en las pinceladas de paisaje: “Contemplamos el
paisaje de Lanzarote por primera vez: picachos pelados se elevan, como pezones,
de la tierra seca, y a sus pies se disponen, como legos dispersos, islotes de casas blancas y cuadrangulares. Entre
los montes y las agrupaciones de casas, muretes de piedra volcánica intersecan
los campos”.
También
llama la atención, en el libro, el interés moguiano por las desnudeces de las
mujeres y los juguetes pornográficos. Se trata del registro que exploró en sus Seis sextinas soeces. Y no es un
registro erótico; no: es un registro soez, un idioma guarro. La sinceridad
entra de lleno en la poética del autor, que tiene un falito con patas sobre la
mesa de su despacho y se hace fotos con estatuas de enormes falos. Ver nalgas y
tetas, lamentar el estado de vejez y decadencia física, admirar y dejarse
enamorar por chicas guapas y cultas, es su manera de denunciar la hipocresía
generalizada, y de reivindicar el sexo como algo lúdico y vital. Eduardo Moga
es un escritor radicalmente materialista, ateo y, a veces, pornográfico como un
goliardo. Es un auténtico pagano medieval. El
mundo es ancho y diverso es, curiosamente, el libro más confesional del
autor, el que más refleja su vida familiar, su identidad y su manera cotidiana
de vivir y pensar. Hacia el final de la obra, Moga nos muestra qué opinión (o
pasión) le despiertan los libros de viajes: “Me gustan los libros de viajes:
leerlos y escribirlos. Es una forma singularmente directa de obtener lo que
persigo en literatura: ser otros, vivir más, ser más”. Es una declaración
aleixandresca.
En el otro reverso de la medalla, el
neorromanticismo pudoroso de Sergi Bellver, que acaba de publicar Variaciones sobre Budapest (La Línea del
Horizonte), una auténtica joya del género. Lo siento, me pierden los libros
minúsculos. Conocer Irán, también es
un maravilloso libro menudo. Para escribir una novela sobre el Imperio
Austrohúngaro, Bellver pasa unos meses en la capital húngara y se deja enamorar
por todos sus rincones. Cuando observa a chicas en el metro, Bellver se entrega
al más musical de los sentimentalismos. Estamos muy lejos del exhibicionismo
juglaresco de Eduardo Moga. Bellver engarza su impresionante capacidad de evocación
y vivencia y observación con pasajes musicales, y el resultado es una viva
sinfonía de sensaciones armoniosas. Moga bebe de Sade y de la Ilustración
gamberra; Bellver es más sereno y leopardiano.
Más que una teoría del viaje, lo que
firma Bellver es una teoría de la vida, de la Historia, un manifiesto a favor
de la lentitud y una teoría de la soledad: “Otra de las bondades de la renuncia
es, simplemente, ser dueño de tu tiempo y no tener que cumplir con un programa
solo porque los demás esperan que lo hagas”; “Viajar en tren es atender al ritmo
del paisaje no tiene nada que ver con facturar kilómetros”. Bellver es uno de
los escritores más puramente escritores que pueden encontrarse hoy en nuestro
país. No es que sea “puro”, es que lucha desde el nomadismo y la ascética por
no ser más que un escritor. Por ejemplo, Moga es también editor o padre, y
Patricia Almacergui es también aventurera y profesora. Bellver escribe: “Para
mí, viajar tiene que ver con estar dispuesto a extraviarse, a renunciar a un
plan, a no cerrar el círculo previsto”. La impresión fugaz, el descubrimiento
íntimo, la metáfora feliz (“veo deslizarse las anguilas amarillas de los
tranvías”), la belleza para sí misma, son las cosas que persigue.
Viajar es huir del turismo, de los
tópicos y de las aglomeraciones idiotizadas. Estos tres autores nuestros lo
demuestran y defienden. El género goza, por lo visto, de excelente salud.
Disfrutémoslo, estudiémoslo como se merece.
Publicado en "Quimera", Núm. 414, junio de 2018.
"Els fenòmens de l'atenció", curs fantasma d'Eugeni d'Ors
L’abril de 1909, Eugeni d’Ors va impartir un curs sobre
“La lògica del fenomen diastàsic” al local dels Estudis Universitaris Catalans.
La forma, el fons i el context d’aquelles conferències eren força coneguts per
la crítica. Víctor Pérez es va doctorar l’any 2014 amb una tesi brillant sobre
la segona part d’aquell curs, impartida al desembre de 1909, segona part que
ara ens presenta editada en forma de llibre. L’obra havia passat totalment desapercebuda,
ja que ni tan sols el propi Pantarca n’havia fet referències clares. El text
dormia el son de més d’un segle en una de les caixes de l’Arxiu Nacional de
Catalunya, a Sant Cugat, i pot situar-se amb tota justícia al costat d’altres
textos orsians de naturalesa filosòfica, com La vall de Josafat o Filosofia
de l’home que treballa i que juga.
La presentació de Xavier Pla, summament didàctica i
informativa, s’assembla a totes les que ha anat situant a l’inici de les seves
edicions del Glosari català de
Xènius, o a la que va encapçalar la seva edició d’Historias lúcidas (Fundación Banco Santander, 2011). El text de Pla
ens serveix per entendre un dels aspectes més desconeguts per la figura d’Ors:
el seu compromís amb la ciència experimental. Pla ja va recuperar i publicar,
l’any 2009, La curiositat (Quaderns
Crema), un altre original perdut d’Eugeni d’Ors que es pot considerar un text
germà del que ara torna a la llum.
La introducció de Víctor Pérez, editor de l’assaig orsià,
presenta una estructura original, copiada del clàssic esquema de la comunicació
humana: Emissor, Receptor, Canal, Missatge i Context. I la idea és bona, perquè
totes aquestes circumstàncies eren anòmales l’abril de 1909, quan Eugeni d’Ors
va reunir per segona vegada un selecte públic barceloní al local dels Estudis
Universitaris Catalans (que ocupaven un local de la plaça del Pi) per tal de
comunicar-li les seves troballes i descobriments del món parisenc, en matèria
de Psicologia Experimental.
Perquè en aquelles quatre sessions, ens explica Pérez,
era Eugeni d’Ors, i no Xènius, qui prenia la veu. Un conferenciant que
desitjava minoritzar el creador literari per tal que aflorés l’autèntic
científic. Un ideòleg patriota que pensava que tenia el deure de recompensar
Barcelona amb la saviesa que havia adquirit a Europa. Segons Pérez, “Eugeni
d’Ors expressa, doncs, la voluntat manifesta de diferir de Xènius en
l’estil i els mètodes emprats”. I potser per aquest motiu, el Glosari de La
Veu de Catalunya no va recollir la matèria dels actes. El receptor també és
digne de reflexió: a qui anaven dirigides aquelles paraules? No pas a un públic
majoritari o mitjà, sinó a una selecció d’escollits que havien de formar part
d’una avantguarda de construcció nacional.
D’Ors vivia, llavors, a París. Entre la primera part del
seu curs i la segona van passar nou mesos. El que fa Ors no és altra cosa que
presentar les lectures científiques que ha realitzat a París, Ginebra i
Heidelberg: Bergson, James, Ribot, Pillsbury, Lange, Binet, Wundt, entre molts
d’altres.
Quant al canal, ja hem dit que d’Ors va escollir un to
d’alta cultura basat en l’oralitat immediata. Calia insistir-hi perquè el text
recuperat traeix l’esperit original del procés creatiu, atès que es tracta d’un
esquema molt desenvolupat, però totalment dirigit a un acte oratori. Finalment,
Pérez posa en dubte que l’objectiu del curs orsià fos la mera transmissió
científica. La seva conclusió és que les quatre conferències es van revestir
d’aspectes rituals o litúrgics, gairebé religiosos, destinats a consolidar una
autoconsciència col·lectiva. L’afirmació grupal d’una generació que pretenia
construir una nació a través de la investigació científica i la Cultura. És la
part més interessant i original del seu estudi. Ens trobem en els anys de
màxima identificació d’Ors amb els projectes culturals inspirats per Prat de la
Riba. Sense el context dels traumes derivats de la setmana Tràgica i la
terrible tensió que es vivia als carrers de Barcelona, no es pot arribar a
entendre exactament què podia significar per a un grapat de pensadors el fet de
reunir-se per celebrar un seminari de Psicologia Experimental en català.
No és cert que Eugeni d’Ors prescindís de la voluntat
d’autor en el seu discurs falsament científic; discurs filosòfic, en realitat.
Ja ho percep qui s’endinsa en aquest breu assaig, dens i solemne. Víctor Pérez
ha recuperat un bell tros de bona prosa, i de pas ens ha regalat una fotografia
de l’ambient intel·lectual barceloní d’un any concret. Un ambient en què una
colla de joves catalans maldava per començar a desenvolupar una cultura
científica homologable amb l’europea.
Publicat a "Quadern - El País Catalunya", 28 de juny de 2018.
dimecres, 16 de maig del 2018
L’impacte de la Primera Guerra Mundial a Catalunya
Ja fa quatre anys que feia cent anys, però en fa dos que em plantejava, escrivint un llibre sobre aliadofília i germanofília catalanes, quins podrien ser els passos següents. El present monogràfic no és exactament el pas següent, sinó el feix de passos endavant que calia fer. Comentava que calia aprofundir en la germanofília catalana. Ho ha fet Xavier Plaen el seu estudi sobre Manuel de Montoliu, que no només ens aporta les claus per a la comprensió global de la seva obra, sinó que defineix i comenta quin va ser el seu paper en l’opinió pública catalana entre 1914 i 1918. Comentava que calia un estudi sobre neutralitat: l’aporta, amb afany exhaustiu, l’estudi sobre el paper de la Lliga de Josep Lluís Martín i Berbois. Josep Fontana no s’ha centrat en el camp català, sinó que ens introdueix en el context internacional del qual formaven part els Països Catalans.
Coneixíem força bé l’aliadofília. Potser un dels historiadors més matiners va ser Joan Safont, a qui es deu Per França i Anglaterra! La Primera Guerra Mundial dels aliadòfils catalans (Acontravent, 2012). Safont ens ofereix una perspectiva dels festejos que es van produir a la capital catalana l’any 1918, un cop es va saber que la guerra havia acabat. Era urgent desfocalitzar la nostra lent dels compassos inicials de la contesa, per tal d’explicar també què va passar durant els terribles anys 1916, 1917 i 1918.
Francesc Montero, especialista en Josep Pla i en el període que abordem, aprofundeix notablement en l’estudi de les fonts primàries dels protagonistes catalans que van participar a la guerra. El seu treball sobre Frederic Pujulà és l’exemple màxim de com el retorn a l’hemeroteca i l’arxiu ens permet ampliar el nostre horitzó de possibilitats historiogràfiques. A «La posició política dels membres de la Lliga Regionalista davant la Gran Guerra», Josep Lluís Martín i Berbois ens resumeix la posició que van adoptar les personalitats catalanes vinculades al regionalisme i al nacionalisme lliguer. L’autor analitza amb rigor les aportacions dels imprescindibles Josep Pla, Enric Prat de la Riba, Josep Puig i Cadafalch i Francesc Cambó, així com de figures no tan conegudes, com les de Ferran Agulló, Carme Karr, Joan Garriga, Lluís Duran i Ventosa, Pere Rahola, Alfons Maseras, Joan Costa o Josep Maria Trias de Bes, al costat d’altres directament problemàtiques i de molt complexa interpretació, com ara Eugeni d’Ors. I és que, al si de la Lliga Regionalista, va existir molta diversitat d’opinions entre 1914 i 1918, en una qüestió tan essencial com era la política exterior, una clau per a qualsevol moviment nacionalista.
Un dels historiadors més actius sobre l’any 1914 ha estat, indubtablement, Maximiliano Fuentes Codera, que va publicar, l’any 2009, el seu estudi pioner El campo de fuerzas europeo en Cataluña: Eugeni d’Ors en los primeros años de la Gran Guerra (Pagès). Tot seguit n’arribaren molts altres: España en la Primera Guerra Mundial. Una movilización cultural (Akal, 2014); juntament amb Xavier Pla i Francesc Montero(col·laboradors d’aquest monogràfic) va editar el rellevant A civil war of words. The cultural impact of the Great War in Catalonia, Spain, Europe and a Glance to Latin America (Peter Lang, 2016), d’indubtable intenció universalista, i diverses coordinacions: «La Gran Guerra de los intelectuales: España en Europa» (per a la revista Ayer, 2013) i «Los intelectuales españoles frente a la Gran Guerra: horizontes nacionales y europeos» (amb Àngel Duarte, per a Historia y Política, 2015). Fuentes revisita el paper fonamental d’Ors en el capítol tercer del seu llibre més recent: Un viaje por los extremos. Eugenio d’Ors en la crisis del liberalismo (Comares, 2017). L’especialista en Puig i Cadafalch Lucila Mallart ressenya un treball recent de Fuentes Codera: La Gran Guerra a les comarques gironines: l’impacte cultural i polític (Diputació de Girona, 2016). Calia incidir en aquest treball, atès que constitueix un model per a tot aquell que es proposi aprofundir en l’estudi d’aquells quatre anys tan intensos al nostre àmbit proper: sense els arxius locals, sense les hemeroteques fins ara inadvertides, no es pot avançar. I és precisament en aquesta direcció on ens proposem continuar explorant. On ens hem proposat avançar.
No podem oblidar una reedició importantíssima que va publicar l’any 2016 el Centre de Cultura Contemporània de Catalunya. A cura de Jaume Sobrequés i Mercè Morales, hem recuperat en un sol volum el monumental comentari a la guerra que Antoni Rovira i Virgili va publicar en cinc volums, i que va titular La guerra de les nacions. Un monument del periodisme català que ens ressenya David Martínez Fiol, qui de debò va ser el primer entre nosaltres que es va dedicar amb profunditat al tema dels voluntaris catalans i les implicacions ideològiques de l’aliadofília catalana.
Amb tots aquests treballs considerem que no només plantegem una estat de la qüestió, sinó que, a més, els col·laboradors han estat capaços de mirar més enllà del 2018 tot traçant el camí cap a les innovadores investigacions que encara no han arribat. Tot plegat no hauria estat possible sense la iniciativa de Queralt Solé i Vicent Olmos, a qui volem l’agrair l’interès i la possibilitat d’ampliar els nostres coneixements sobre l’etapa 1914-1918.
Fa quatre anys que feia cent anys que el jove Gaziel s’asseia, a la Biblioteca Nacional de París, i pensava en els cent estudis que s’escriurien sobre la Primera Guerra Mundial. Som els seus hereus. Continuem la feina. L’hem continuada, i gràcies a tots els col·laboradors que l’han continuat. Els camins, els arxius, ens porten cada cop més lluny.
Andreu Navarra
Afers, XXXIII:89 (2018), pp. 19-21
dimecres, 4 d’abril del 2018
"El año nuevo de los árboles", de David Aliaga
A David Aliaga le gustan las
simetrías. Hace dos años publicaba un libro de relatos que supuso un punto de
inflexión en su modo de comprender la narrativa. Este año reedita aquel
enigmático Y no me llamaré más Jacob,
y lo acompaña de este nuevo libro hermano que también publica Sapere Aude. La
decisión se entiende: hay puentes, de formato y concepto y de tema, entre
ambos.
Aliaga venía de publicar Inercia gris (Base, 2013) y la novela corta Hielo (Paralelo Sur, 2014), dos libros que pronto alguien reivindicará seriamente. Condenados a la reedición. La escritura de Aliaga era sorprendentemente técnica para alguien que no había alcanzado ni los treinta años. Pero es que la cosa es más llamativa, porque da la casualidad de que David Aliaga aún no ha llegado a los treinta años. Con solo un libro a sus espaldas, Sergi Bellver lo incluyó en su magnífica antología Madrid Nebraska. EE.UU. en el relato español del siglo XXI (Bartleby, 2014), justo al lado de… ¡Eloy Tizón! Tizón, ya muy consolidado como maestro del género, nació en 1964… Otros escritores del volumen: Sergio del Molino, Paula Lapido, Fernando Clemot, Juan Carlos Márquez… con estos se codeaba aquel veinteañero, que sigue siéndolo.
Aliaga venía de publicar Inercia gris (Base, 2013) y la novela corta Hielo (Paralelo Sur, 2014), dos libros que pronto alguien reivindicará seriamente. Condenados a la reedición. La escritura de Aliaga era sorprendentemente técnica para alguien que no había alcanzado ni los treinta años. Pero es que la cosa es más llamativa, porque da la casualidad de que David Aliaga aún no ha llegado a los treinta años. Con solo un libro a sus espaldas, Sergi Bellver lo incluyó en su magnífica antología Madrid Nebraska. EE.UU. en el relato español del siglo XXI (Bartleby, 2014), justo al lado de… ¡Eloy Tizón! Tizón, ya muy consolidado como maestro del género, nació en 1964… Otros escritores del volumen: Sergio del Molino, Paula Lapido, Fernando Clemot, Juan Carlos Márquez… con estos se codeaba aquel veinteañero, que sigue siéndolo.
Esa escritura
carveriana de los inicios saltó por los aires en el año 2016. Nuestro autor
cambió el escalpelo por las galerías del alma, y los ambientes gélidos por las
sinagogas, los ecos de los estragos de los totalitarismos, y las reliquias.
Aliaga cambió Nebraska o Noruega por Dachau y Salónica; y los cuentos como
artefactos autónomos por los relatos que hacen rizoma los unos con los otros,
entrecruzándose a través de inesperados cables y túneles. Los contornos
cortantes y la perplejidad fueron sustituidas por las odiseas identitarias y la
muy pudorosa autoficción. La escritura de Aliaga era un cubo, un poliedro de
aristas muy vivas: hoy es un laberinto de recuerdos cruzados, o el viaje para
intentar recobrar la memoria entre nieblas. De lo externo radical hemos pasado
a lo interno visceral; del registro factual, al símbolo. De la fuerza de lo
anodino, a lo trágico de la historia. El potente lirismo húmedo de Pequeñas muertes, y la reaparición de
Edith Wasserman, dialogan
directamente con Y no me llamaré más
Jacob.
Ahora bien,
esta simetría no podría encajar un tercer hermano. Habrá que explorar otra
posibilidad, opino. Cambiar de ciclo, seguir preguntando. ¿Qué nos soltará
Aliaga de aquí a un par de añitos? ¿Qué le ronda por el magín? Algo sé, pero no
lo suelto.
Mandorla, una alegoría sobre la
esperanza, es uno de los más
logrados: a David Aliaga, además de las simetrías, le salen estupendamente los
textos cerrados. Así, también, La nueva escuela,
lineal y enigmático, lleno de delicadeza. En Mandorla, la mínima trama sentimental se apoya en un tenue correlato
que relaciona la vida de una pareja con la de un árbol invadido de un hongo
letal. Muchos de sus nuevos cuentos están construidos como muñecas rusas: por
ejemplo, Un abuelo sefardí, Imposibilidad de una palabra o Le regalaré mis libros de Zweig. A veces
es una mera imagen (una lluvia de ceniza sobre París) la que despliega sobre el
mundo real el irreal pero simbólico. La ceniza es el símbolo más frecuente en
esos textos de ceramista emocional. Para todos reserva su prosa contenida y de
buena madera.
Hace dos años
reseñé Y no me llamaré más Jacob y
para mí continuar con esa simetría resultaba una tentación. Ojalá pueda, de
aquí en adelante, continuar con esta cita habitual con los libros de David
Aliaga. Algún día este hombre tendrá cincuenta años y nos jubilará a todos.
Acuérdense de lo que digo.
Publicado en Quimera, 411, marzo de 2018.
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